Más de dos mil irlandesas cruzan cada año la frontera hacía Reino Unido para abortar. Según datos del Gobierno, desde 1983, han sido más de 180,000 las mujeres que han hecho este viaje, y otros miles de ellas piden píldoras abortivas por internet, en un país donde era ilegal esta práctica.
El procedimiento solamente se consideraba legal cuando la vida de la madre estaba en riesgo, lo que excluía casos de violación, incesto o malformaciones en el feto. Aquella que se atreviera a practicar un aborto clandestinamente, era condenada a 14 años de prisión, así como el médico que interrumpía el embarazo.
Varios han sido los casos sonados en los últimos años que han empujado al Ejecutivo irlandés a dar el paso y solicitar un referéndum. Con una división sin precedentes, el país decidió este viernes si se reformaría la octava enmienda de su constitución, y, por lo tanto, legalizar o no el aborto.
El recuento de votos empezó a las 09H00 locales (08H00 GMT) en los 26 colegios electorales de la pequeña república, y los primeros resultados se dieron a conocer a partir de las 11H00 GMT, antes de ser anunciados en su totalidad por la tarde, en el castillo de Dublín.
Como ocurrió en la consulta de 2015 para legalizar el matrimonio homosexual, una parte significativa de la diáspora irlandesa se desplazó por cualquier medio de transporte a su disposición, para no perderse una «oportunidad única en toda una generación», según afirmó el primer ministro, Leo Varadkar.
La contundencia del resultado, 66.4% frente a 33.6%, supone una histórica victoria de la Irlanda joven y cosmopolita. La victoria representa un nuevo avance para el feminismo global, cuyos millones de ojos estaban puestos desde hace días en este país de apenas 4.7 millones de habitantes, en busca de más inercia para una ola que se antoja imparable.
El histórico resultado del referéndum, nuevo hito en una corriente feminista global e imparable, toma las riendas del último bastión del conservadurismo católico. El sí ganó en el campo y en la ciudad, entre hombres y mujeres, y el último tabú ha caído, en un país que rechaza definitivamente la injerencia de la Iglesia.
“Estoy aquí porque tengo 65 y en 1972 Irlanda no era un buen lugar para vivir con 18 años, embarazada y librada a una misma.”,
declaró una activista delante del Castillo de Dublin, donde los militantes proabortistas festejaban la victoria luego de anunciados los resultados oficiales.
El plan presentado no plantea automáticamente la liberalización de las actuales políticas, sino que el nuevo artículo 40.3.3 se limitará a dejar en manos del poder legislativo la elaboración de una ley que regule la interrupción del embarazo, lo que abre la puerta a que no tenga por qué existir, necesariamente, un riesgo para la vida de la madre.